Como dijo Ska-P,
España el país de la patraña. Yo digo España, el país donde la mediocridad es
la ley. Hablamos de un país donde la endogamia está en todas partes (en la
economía, en la política y, cómo no, también en la música). El trato de favor,
el amiguismo, el oligopolio, las alianzas más bien oscuras que se cuecen entre
unos pocos son, lamentablemente, la regla general.
Yo hablo de música porque es lo que tengo más
cerca y de lo que vivo. Conozco algunas productoras y a los tipos que trabajan
en ellas, conozco a las bandas que tocan en los festivales (no a todas, pero si
a las suficientes) para saber cómo funciona este asunto. Yo mismo he vivido la
experiencia de formar parte de uno de esos McDonald´s veraniegos de la música.
Los festivales no
hacen un esfuerzo por ofrecer tanto un cartel de calidad, sino un cartel que
les salga rentable. Eso en principio es algo comprensible, ¿no? El secreto (a voces) está en 4 promotoras de
grupos que hacen y deshacen a voluntad los carteles de los festivales. No es de
extrañar, pues, que siempre aparezcan los mismos grupos en la letra grande,
cobrando cachés muy generosos, en detrimento del resto de bandas menos
conocidas. Porque ésa es otra: la otra cara de la rentabilidad es meter en el
festival a varias decenas de bandas emergentes
cobrando una miseria (a veces no da ni para cubrir los gastos) con la promesa
de una gran promoción en todo el país. Muchas veces en forma de “concursos” que
te dan el “privilegio” de participar en el festival. Para que lo entienda todo
el mundo esto es como el rollo de los becarios. Ven a trabajar gratis que luego
podrás decir que tienes experiencia y bla bla bla… el problema es que van
tirando de grupos, luego muchos de esos grupos se van a la mierda y cada año
cogen otros nuevos ingenuos para rellenar sus carteles. Ofrecen un festival con
90 grupos de los cuales 70 seguramente no han visto ni un euro.
Según mi punto de
vista debería haber una regulación en ese aspecto, aunque en el país que
vivimos es impensable, de momento. Pero solo la idea de que una banda que
fomenta ideales más bien progres e igualitarios cobre un dineral por un bolo y
que se permita que en el mismo escenario vaya otra banda menos famosa (pero
quizás con la misma experiencia y profesionalidad) cobrando un caché de broma
es algo que hace que me hierva la sangre.
Y ahí entra la
responsabilidad de los propios músicos, como yo, que queremos hacernos escuchar
a toda costa. Pero no sabemos que lo que estamos haciendo es echar piedras
sobre nuestro propio tejado y enriqueciendo a otros a cambio de un minuto de
¿gloria?
Quizá deberíamos
querernos un poquito más en ese aspecto. A mí no me importa tocar de vez en
cuando y cobrar nada o casi nada, para gente que verdaderamente no tiene dinero
para pagarme, o va a destinar sus fondos a una causa x que me parezca legítima,
en fin, sin ánimo de lucro. Pero cuando hay gente al lado que está sacando
pasta gansa del asunto, deberíamos estar más atentos y no dejarnos explotar,
porque la responsabilidad recae también sobre nosotros. Tenemos que luchar por
una repartición equitativa del dinero, hacernos respetar y sobre todo, respetar
nuestro trabajo.
Porque la música
es un trabajo y muchos se dejan la piel entregando su vida a ese trabajo.
Piénsalo cada vez que veas a un músico tocando. Puede que sea un juego, sí,
pero es el juego de toda una vida y, como dice mi amigo Pablo Penín, a los
músicos no nos salen entrecots por las orejas cada vez que tocamos una canción…
¿o sí?
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